lunes, 7 de septiembre de 2015

Renacimiento.

Definitivamente, en este último tiempo, vine alternando buenas y malas; hubo momentos en los que me sentía asfixiado por el torrente de depresión que azotaba mi agenda, y otros en los que me sentía más fuerte casi invencible... fortaleza que, aunque en bastante menor medida, conservo en algunos planos. La penumbra está, siempre desde hace ya mucho tiempo; pero si llegué hasta acá, es porque de alguna manera aprendí a ver en la oscuridad. Eso es un gran paso para un trayecto que todavía no terminé, pero por fin ya no estoy yendo en círculos.

Yo nunca fui mucho de esas personas que optan por "distraerse de sus problemas", bien porque quería verlos resueltos, o intentar distraerme no funcionaba. Esa no mi forma de soportar los efectos que pudieran tener mis propias adversidades, porque por sí sola, la palabra "distracción" tiene algo que ver con un funcionamiento que sale de lo típico, correcto o ideal. Pero sí, a veces apelaba al entretenimiento como un recurso frente a un mal estado de ánimo. No siempre tenía situaciones que pudieran, negativamente, erizarme el cabello; pero la caída de mi estado emocional era una moneda corriente. Así que, por diversión, pasatiempo, o forma de combatir la tristeza, usaba el entretenimiento.

A mí siempre me encantaron los videojuegos. Los jugaba desde que tengo memoria, eran divertidos y excelentes. La pasaba genial con cada juego que jugaba. Desde el año 2000 hasta 2001 (desde que tenía 3 y hasta 4 años) siempre que jugaba, era al Family Game (clon del clásico NES). Un cartucho con 52 juegos, que me encantaba. Después de un tiempo, dejó de funcionar, así que supuestamente mi papá lo mandó a reparar. En la primera mitad del año 2002 un amigo de la familia me regaló un Sega Genesis, que me voló la cabeza de lo genial que era, simplemente increíble. Y un día llegó la revolución.... mi papá trajo a la casa una PlayStation. Esa consola cambió mi vida de videojugador para siempre.
Me regalaron la PlayStation 2 cuando cumplí 12 años, y la PlayStation 3 cuando yo tenía 15; para entonces ya era un fan intachable de los videojuegos y disfrutaba cada segundo que tenía un joystick en mis manos.
Pero aunque mis consolas de juegos siempre estuvieron cuando las necesitaba, un día las cosas se empezaron a poner complicadas para mi persona; y en cuestión de una semana, me pasó lo que me pasó. Las cosas no eran ni tan graduales, ni tan abruptas, pero el tiempo pasaba y yo evolucionaba en base a los acontecimientos. Ya no eran días de gritar, jugar, ver partidos de fútbol, ir a recitales y tener un desempeño irregular en el colegio (sólo por irresponsable)... todo había cambiado mucho en cuestión de semanas, y mi percepción sufrió una importante transformación.
Aquello que un día no nos gusta puede ser de nuestro agrado más adelante, como una chica con la que peleas, a la cual no soportas y menos te atrae; pero antes de que te des cuenta, terminas empezando a encontrarla bella, simpática y te causa mariposas en tu estómago. O viceversa, puede que algo que adorás un día después ni te llame la atención, como una serie de dibujos animados infantil (que usualmente dejan de interesarte cuando creces) o una canción que adorabas, pero ya sea porque ahora escuchas otros géneros musicales o no te trae recuerdos agradables, no la querés escuchar más... es común y pasa en muchísimas cosas de la vida... yo no me he librado de esas fases, y mentiría si dijera que hoy en día ya no me pasa.

Algo así me pasó en un momento con los videojuegos.
Como todo empezó a ponerse realmente difícil, no había mucho con lo que fuera posible salvar mi humor... no tardé mucho en darme cuenta de que todo a mi alrededor había caído varios niveles, y ya no era tan fácil ponerse de pie. Los videojuegos y la música nunca me abandonaron, sin mencionar que la música está presente en mi vida de muchas maneras: es una forma de expresión, diversión, relajación, creación y estímulo social para mí; a diferencia de los videojuegos, que aunque los usara seguido, no salían del lugar de vía de entretenimiento. Pero, como si algo me hubiera cambiado drástica e irremediablemente, ya no los veía de la misma forma. Aquello que me supo acompañar y divertir, tanto en soledad como con amigos, durante más de una década, había perdido sus encantos. Ya casi que jugar videojuegos no me divertía. No pensaba ni en los juegos que tenía, ni en los que tuve hace tiempo, ni en los que todavía no habían sido anunciados, ni en aquellos que no había jugado y me gustaría tener: pasó a ser algo superfluo y decadente, comparado a lo que siempre había significado en mi infancia y adolescencia. Por momentos, creí que simplemente se trataba de que "me estaba haciendo mayor", pero estaba equivocado. Veía como mi hermano agarraba los videojuegos que yo había empezado a jugar hace tiempo, los dominaba y se divertía con ellos, como yo nunca había podido hacerlo cuando los probé; y si en algún momento se me daba por jugar con él, me daba una paliza segura. Obvio que está bien, es mi hermano, no me molesta; pero era evidente que yo me sentía totalmente desconectado y desmotivado.

Durante mucho tiempo, mi "rutina" de juego fue la siguiente:

Encender la consola.
Atender otros asuntos brevemente.
Tomar el joystick (y volverlo a encender porque seguramente ya se había apagado).
Navegar por el menú de juegos durante medio minuto, viendo qué juego jugar, sin sentirme atraído por ninguno en particular.
Seleccionar el juego.
Jugar un máximo de 10 minutos, aburriéndome con mucha rapidez.
Salir del juego, y apagar la consola.

Vaya que había perdido el interés... además, junto con el paso de los meses, buscar algo que me entretuviera y me levantara el ánimo se trató de ensayo y error en reiteradas ocasiones. Nunca descarté jugar videojuegos del todo, pero reconozco que había juegos que pasé casi años sin tocarlos.
En el último año, las cosas se torcieron hacia un lado un poco más firme, y mientras me aferraba a toda ayuda que pudiera tener, logré recuperar parte de mi esencia con mucho trabajo. Y cuando encendía mi consola cada tanto y escrutaba mis videojuegos, recobraba el hábito de jugar con frecuencia, y posteriormente el placer que me generaba. Sin molestar a nadie ni pasando tiempo prolongado, me relajaba y me dedicaba simplemente a disfrutar.
La mejor parte fue volver a agarrar juegos que jugaba en mi infancia, e impregnarme de nuevo de su magia, no solo haciéndome pasar un gran rato, sino dibujando una sonrisa en mi cara, obteniendo una doble satisfacción: no solo estaba pasándola bien, sino que además estaba superando esa etapa tan adversa y divirtiéndome a pesar de ella. La madurez de haber crecido, y lo sano de una clásica diversión para mí, ahora convergen en mi vida, causándome una calidez que me envuelve una vez más.
Hoy no solo noto lo complicada que fue aquella etapa donde estaba tan triste que no me divertía jugar... sino que además, siento toda esa felicidad volviéndo a ese lugar que nunca debería haber dejado.
Soy Cruz y eso es todo por ahora.
Cambio y fuera.

viernes, 19 de junio de 2015

Parado en el limbo.

He perdido la cuenta de cada oportunidad en la que la frase "término medio" resonó en mis oídos. Dudo que en alguna de esas veces, dichas palabras hayan sido pronunciadas en vano, haciendo eco de otra situación o simplemente mal empleadas. Casi tan común como el vocablo "gris", donde "blanco" y "negro" interpretan a los extremos en alguna situación. Dos metáforas convertidas en expresiones típicas (claro, si es popular, es "expresión"; si es particular, se llama "metáfora"... qué desalentadores pueden ser ciertos análisis), que al menos yo tengo la dicha de conocer netamente su significado.

Y también la desgracia de entender en qué rango de ignorancia puede incurrir la gente al usarlas.

Algunas personas argumentan que un "término medio" es esencial para actuar correctamente en la mayoría de las situaciones. No creo que juzgar la veracidad de esa afirmación sea una buena idea, pero me animo a asumir que dicha opinión tiene varias acepciones. Hay quienes lo tienen presente, hay quienes lo ignoran, y hay quienes defienden este punto de vista con firmeza. Pero nunca falta quien acorta su espectro de interpretación, tomando las cosas de un modo estrictamente invariable.

A veces no hace falta "elegir un lado" para ser una parte activa en algo, para analizar algún escenario, o simplemente ser un espectador. Pero quien dice nunca "elegir un lado", ha de tener unos ojos con visión en 7 dimensiones (o 1 dimensión con suerte), tener una resistencia digna de un ser divino, o de pasarla canutas cada dos por tres (y definitivamente no hacer nada al respecto, porque no se permite a sí mismo reflexionar acerca de lo que ocurre... o tal vez le gusta, no tengo idea). A ver idiota querido ser dotado de vida y razón, con todo respeto y haciendo esfuerzo para no reírme, vivir sin tomar un lado no es posible a grandes rasgos.

Vamos con un ejemplo: tarde o temprano hay que agarrar un lápiz y dibujar algo, en algún momento de la vida. Si nunca usaste un lápiz, vas a tener que tomarlo. Y el lápiz, o se agarra con la mano izquierda, o se agarra con la mano derecha. Ahí hay que elegir un lado, pero la pregunta es: ¿izquierda o derecha?

Cuando nuestra edad es muy temprana, no somos capaces de pronunciar ni comprender palabras (por eso somos "infantes", del latín infantis «que no habla»). Claro, algún día aprenderemos a decir "nada", "baba", "agua", "pasta", "wolframio" o "esternocleidomastoideo"; pero en algún momento, diremos "papá" o "mamá". Y ahí hay otro ejemplo claro.

Pero tal vez no sea tan obvio, mejor aclararlo.

O se aprende primero a decir "mamá", o a decir "papá". Se elige un lado: papá o mamá. Madre o padre. YX o XX. Uno u otro. O uno puede coserse la boca, ahí tal vez se justifique.

Me canso de ver gente que se llena la boca diciendo "hay que elegir un término medio, los extremos son malos". Esbozo una tos moderada para no reírme o llevarme la mano a la cara.

En el extremo este de mi país está la localidad de Bernardo de Irigoyen. En el extremo oeste, está el Parque Nacional "Los Glaciares".
En el extremo inferior izquierdo de mi PC, está el botón Inicio. En el extremo inferior derecho, está la fecha y hora.
La escala de calificaciones en el colegio (en el mío al menos) tiene extremos, donde el 0 es un extremo (nota más baja) y el 10 es el otro (nota más alta).

Todavía espero a que alguien me explique qué tienen de malo el botón de inicio de mi computadora, y la fecha y hora de hoy. O que me digan por qué el Glaciar Perito Moreno o Bernardo de Irigoyen son feos lugares para conocer.
Y bueno, todos sabemos que un 0 es la peor calificación que se puede recibir, pero no veo como un 10 puede ser malo.

No tiene sentido, claro.

"Los excesos son malos", cierto.
"Los extremos son malos", no siempre es cierto.

Los extremos siempre existen, y a cada extremo le corresponde otro. Y es necesaria su existencia. De lo contrario nuestro mundo no sería posible.
Los excesos son dañinos en su totalidad, y lo suficientemente desfavorables como para asignarles el general adjetivo de "malos". No lo cuestiono, no lo dudo, sería un tonto si lo hiciera.
Pero si alguna persona se desvía del "término medio", ya sea en menor o en gran medida, yo no creo que esté cometiendo el error de su vida.
Aún si se equivoca, se hace un favor a sí mismo.
Toma un lado, una posición, una ideología y elige la opción que considera más conveniente.
Cree en la transición y no tiene vergüenza de escoger una orientación, una opinión, o un gusto. Puede sonar muy "ideal", pero es lo más cotidiano. A veces sin que algunos se den cuenta...

(recorro la habitación con mi vista)

Quienes se consideran "exclusivamente neutrales" cometen tonterías, pero solo piensan con torpeza.

Y me falta una clasificación más a la que no voy a darle tanto lugar porque gastaría el teclado no lo vale.

Me refiero a esas personas que creen que siempre tienen dos opciones y ambas son opuestas, y que no dejan ni hacen absolutamente nada "a medias".
El extremo del otro extremo. (Odio los juegos de palabras)

Han de estar en un serio problema, sobre su mentalidad extremista y su incapacidad de pensar correctamente al momento de decidir (o se ahogan o se asfixian), creyendo que toda elección es radical.

Auch, eso debe doler mucho.

A mí no me gusta ser totalmente neutral.
Además de la monotonía de serlo, no sirve para crecer como persona, se pierde de muchas cosas más allá de que se salve de otras.

Y cambiar de lados repetidamente como si de invertir la gravedad se tratara, debe ser doloroso, cansador, y ha de implicar riesgos innecesarios (y espero que tengan un estómago fuerte).

No me gusta la soledad total, pero rodearme de gente no me parece terapéutico.
No me gusta ver todo negro, pero no me gustan las luces fuertes.
No me gusta demostrar malestar, pero me lastima disimularlo por completo.
No me gusta estar todo el tiempo en casa, pero estar todo el día en la calle me genera mucho estrés.
No me gustan las cosas vertiginosas, pero necesito algo de adrenalina.
No tiene sentido cantar música pesada siempre si no puedo cantar una balada cuando tenga ganas.
No escucho una variedad muy grande de géneros musicales, pero no puedo vivir sólo de un género.
No tiene sentido jugar 7 juegos en una hora, si no puedo disfrutar al menos de uno.
No quiero asistencia constante, pero estar totalmente por mi cuenta puede ser complicado.
No estoy en mi peor estado, pero disto mucho de mi plenitud.

No me gusta la neutralidad ni permanecer en los extremos.
Pero siento que estoy contenido en el limbo. Parado en ningún lado, sin sentido de pertenencia.
La inercia es mi esperanza, y es un medio donde no hay extremos.

Nada más que decir.
Cambio y fuera.